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LA INDECISIÓN GRIEGA

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En innumerables ocasiones he utilizado (Cuarenta horas), como ejemplo de disrupción de la incertidumbre, el brevísimo discurso del mariscal Montgomery ante los hombres del VIII Ejército británico, conocidos como las Ratas del desierto y vencedores del temible Afrikakorps de Rommel en El Alamein. Aquel doce de agosto, un general recién llegado de la metrópoli se dirigió a sus jefes y oficiales del Cuartel General con sólo unas palabras que expresaban una idea clara y contundente: No habrá retirada. Seguiremos aquí. Y lucharemos aquí.

Probablemente, no era lo que esperaban escuchar aquellos mandos desmoralizados que llevan meses sufriendo los continuos vaivenes de un enfrentamiento realizado en un territorio inhóspito y frente a un enemigo mejor pertrechado y cuyo bando, además, en aquel momento, iba ganando la guerra. Quizá muchos de ellos preferían que las órdenes de repliegue que se habían iniciado en alguna ocasión para abortarse poco después, se hubieran convertido en definitivas y aún, asumiendo el doloroso abandono de Egipto, ansiaban más la tranquilidad que podía darles una retirada hacia la Palestina bajo mandato británico que la sensación de acorralamiento a la que estaban sometidos.

¿Dónde vas, Grecia?

¿Dónde vas, Grecia?

En esta semana, la indecisión constante del gobierno griego – que ha pasado de ser la reencarnación romántica de la revolución permanente a convertirse en un grupo de desnortados y bocazas que aunque siguen ladrando no dan la sensación real de ser capaces de morder la mano que les da de comer, léase la Unión Europea – ha vuelto a sembrar el temor en los mercados de deuda.

La sensación de calma tensa y sobre todo la de que el gobierno no tiene claro que hacer es mucho más peligrosa que si hubiera anunciado directamente el impago para el que, no nos olvidemos, aunque nadie lo desea, todo el mundo está preparado por si llegara a ocurrir. El propio ministro de Finanzas alemán, Wolfang Schäuble, ha admitido que una posible salida de Grecia del euro no preocupa excesivamente a los inversores. Y sea o no cierto, nadie es capaz de descartar esa situación, aún, de modo definitivo.

El gobierno griego debería tener la misma valentía que Montgomery en Egipto y eso significa no engañar a los ciudadanos con promesas ilusorias. La verdad clara y contundente es muy sencilla: Grecia habrá de asumir una serie de realidades que para nadie son plato de gusto pero no puede seguir siendo el enfermo crónico de Europa hasta el fin de los tiempos.

Que el programa de Syriza es inviable lo sabían los propios proponentes, los votantes, los acreedores y el resto de gobiernos de la Unión. Pero una vez que el descontento se ha hecho patente y el mundo admite los excesos de una austeridad que ha sido incapaz de generar desarrollo y riqueza, la responsabilidad debe imponerse y ajustar todas las posiciones con el único propósito de que Grecia pueda desarrollar todas sus capacidades y abandone esta crisis permanente en el plazo más corto posible.

Y del mismo modo que hace unos días se hizo frente a un pago ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) deberán cumplirse los siguientes compromisos y evitar el recurso fácil y populista de lanzar globos sonda e insinuaciones que hacen sospechar respecto al buen fin de los siguientes pagos asumidos.

Tanta indecisión sólo crea incertidumbres y provoca que los mercados – cobardes y huidizos – exijan mayor rentabilidad a los bonos griegos, lo que no es una buena noticia para nadie.

Si la decisión es declarar el impago, las consecuencias – abandono del euro y de la Unión, ausencia de financiación internacional, devaluación de la divisa, de la moneda y de las condiciones de vida – habrá que ponerlas negro sobre blanco y asumir su terrible coste que afectará a generaciones de griegos, muchos de los cuales buscarán en la emigración, una vez más, la salida.

Si, en cambio, se admite buscar un acuerdo con sus correspondientes condiciones – reducción de un estado ineficaz y sobredimensionado, modernización del país y esfuerzo de sus gentes – también habrá que hacerlo.

Y en ambos casos, estoy seguro que la ciudadanía griega acabará aplaudiendo con el mismo ímpetu que se cuenta que hicieron los desmoralizados soldados de Montgomery. Del mismo modo que los demás, también agradeceríamos saber, de verdad y de una vez por todas qué nos jugamos con Grecia.

Porque no hay nada que provoque más dolor en cualquier circunstancia de la vida que la incertidumbre que es peor aún que el propio miedo.


3 comentarios

  1. misael dice:

    No es comparable.

    No es comparable 1945 con 2015 porque no son comparables las personas: su valor, su gallardía, su arrojo, su patriotismo, su filantropía con los que ahora son los ciudadanos Europeos. La vieja, amoral, desnortada y acomodada Europa. Además de recordar que los militares que vd. nombra eran nacionales USA nada que ver con los nacionales, por poner un ejemplo, franceses, los cuales muchos consintieron y apoyaron el colaboracionismo con Hitler.

    No es lo mismo D. Luis.

    La crisis de deuda que padece Grecia no ha sido cosa de un día. Además de a los propios griegos y a sus políticos encontraremos culpables en la propia UE que consintió ser engañada sistemáticamente por los tramposos griegos porque el único objetivo era «hacer Europa». Sí hacer Europa… pero ¿ qué Europa han hecho ?

    Saludos. misael.

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    • No lo es, Misael, pero al menos podrían decidirse de una vez y dejarnos descansar. Sólo se trata de eliminar incertidumbres o al menos, no crear otras nuevas.
      Lo que no sé si le van a perdonar las Ratas del Desierto y Mointgomery en particular es que les llame «USA». A ellos, la flor y nata del British Empire. 🙂
      Saludos.

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  2. misael dice:

    Jajajajajaja. .. menudo metedura de pata la mia.

    Que no D. Luis… A Grecia es la UE la que le tiene que dar la patada. El vicioso siempre vuelve por sus fueros: prometerá cambiar pero Grecia no podrá resistir el mono de deuda.

    Pero en la UE no hay Churchilles ni Thatchers. Solo hay burócratas deseosos de moqueta y privilegios convencidos como Rajoy de que no hacer nada es la mejor solución… para sus propios intereses.

    Saludos cordiales

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