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INVERSIÓN Y GASTO, REALIDADES DISTINTAS A FINANCIAR


Inversión y Gasto no son conceptos idénticos, aunque ambos acaban convirtiéndose en un Pago. Es importante diferenciarlos porque, a efectos financieros, su impacto en el Balance, en la Tesorería y en la Política de Gestión de la empresa pueden ser determinantes. Por otra parte, no es fácil, en abstracto, separar uno y otro concepto ya que para su calificación es imprescindible conocer la estructura de negocio del adquirente. Parecería claro que un vehículo industrial – por ejemplo, un camión o una furgoneta – deberían considerarse inversión y no así un turismo. Sin embargo, una furgoneta puede utilizarse también – pensemos en una microempresa – como transporte privado y un turismo puede formar parte de una flota de vehículos de alquiler o usarse como taxi por un autónomo. En esos casos, sería claramente, una inversión.

Podemos definir la Inversión como la renuncia a los rendimientos inmediatos y razonablemente ciertos que podríamos obtener de determinados recursos financieros, a cambio de una previsión de beneficios futuros que esperamos que sean superiores a aquellos a los que renunciamos y que se derivarán la rentabilidad producida por los bienes o servicios adquiridos.

Por tanto, basándonos en estas ideas es posible definir los requisitos básicos de una inversión:

a.-        Renuncia al uso inmediato de fondos. Toda inversión exige el uso de fondos, propios o ajenos, que podrían satisfacer otras necesidades o intereses presentes.

b.-        El objeto de la inversión que debe ser capaz de generar rentabilidad.

c.-        La esperanza de ganancia futura producida por el bien adquirido.

Desde un punto de vista empresarial o profesional, las inversiones pueden clasificarse en dos grandes grupos, en función de su vinculación al proceso productivo propio.

1.- Las inversiones productivas: Están vinculadas al proceso productivo de una actividad empresarial o profesional y dentro de ellas puede incluirse todo tipo de bienes siempre que sean utilizadas en el proceso productivo. Pueden clasificarse siguiendo distintos criterios.

a.-        Según la función que desarrollan en la empresa:

i.-         Inversiones de reemplazo: se llevan a cabo con el objeto de sustituir un equipo o elemento productivo antiguo por otro nuevo.

ii.-        Inversiones de modernización o innovación: su objetivo es aplicar nuevos avances tecnológicos dentro del proceso productivo.

iii.-       Inversiones de expansión o ampliación: son las que se efectúan para hacer frente a una demanda creciente de productos o servicios de la empresa.

iiii.-      Inversiones legales: las que buscan cumplir con la normativa vigente.

b.-        En función del signo de los cobros y pagos generados. Las inversiones simples requieren un solo pago inicial, a partir del cual generar ingresos para el inversor. En cambio, las inversiones complejas exigen diversos egresos combinados con ingresos futuros. Esta clasificación tiene especial importancia para el cálculo de la TIR de la inversión.

2.- Las inversiones no productivas: No se encuentran vinculadas al proceso productivo de una empresa. Entre ellas, podemos diferenciar.

a.-        Inversiones Financieras: Son operaciones financieras que supongan inmovilizar fondos en activos financieros. Es razonable su existencia siempre que formen parte de una estrategia de gestión de la tesorería que busque rentabilizar los saldos ociosos pero es muy poco recomendable si convive con financiaciones a corto. Sobre todo, si estas son más caras.

b.-        Otras inversiones: Las inversiones inmobiliarias, en materias primas, metales preciosos o bienes de colección no tienen sentido en el ámbito empresarial.

A efectos de gestión y desde el punto de vista del análisis financiero sólo debemos considerar inversión, aquellas operaciones que se puedan encuadrar en el primer grupo, inversiones productivas.

Queda claro pues, que financiar una inversión requiere un análisis exhaustivo de la misma en tanto que el ofrecimiento de liquidez a una empresa sólo se basa en la certeza de que sus flujos de efectivo se harán realidad en un plazo muy corto para cubrir el desfase que vamos a financiar.

La liquidez concreta de un momento y el beneficio generado por la compañía en un período determinado que finaliza en ese mismo instante de toma de datos y comparación, pueden ser muy divergentes en función de cuál sea la estructura del Ciclo de Tesorería del negocio en cuestión.

Por eso es muy importante determinar de cara a la financiación y al análisis de la misma si una empresa tiene necesidades de liquidez o problemas de solvencia.

Por otra parte, si lo que pretende financiarse es una inversión, el análisis debe referirse exclusivamente al retorno monetario que generará el propio bien adquirido y si este será suficiente para hacerse cargo del repago de la deuda más los intereses devengados o si necesitará que la estructura de la compañía complemente el mismo para no generar impagos o tensiones de liquidez.

Volviendo a la diferencia entre solvencia y liquidez debemos definir ambas situaciones.

Las tensiones de liquidez surgen de una gestión desacompasada de la tesorería. Por tanto, hay crisis de liquidez cuando una empresa carece de fondos para cumplir sus obligaciones inmediatas de pago pero podemos colegir con amplia certeza que dispondrá de ellos en un plazo determinado. Bien porque tenga derechos de cobro pendientes de materializar o porque tiene capacidad productiva suficiente para generarlos y mercado que la absorba.

Si la posibilidad de impago no se complementa con esa capacidad de generación de fondos, estaremos ante una crisis de solvencia a la que deberemos dar solución con operaciones de balance – enajenación de activos improductivos, cesión de líneas de negocio, etc. – o con una financiación a largo plazo cuyo objetivo sea reequilibrar el balance y dotar de viabilidad a la compañía.

Una vez diagnosticado el problema, estableceremos cual será la financiación idónea a solicitar o conceder.


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